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El Origen de las Flores: Capitulo 2

Semilla




Todas somos culpables. Yo soy culpable. El problema está en pretender racionalizar. Hay eventos que no tienen causa o razón, solo suceden. Se puede perder una vida entera buscando respuestas. A veces es mejor aceptar, olvidar y seguir. Ese fue nuestro plan. Al igual que los científicos con las flores. Por años intentaron buscar una explicación que encajara en la teoría evolutiva. No lo consiguieron. Incluso hoy, todavía no se pudo encontrar prueba alguna de que las flores hayan evolucionado de una forma rudimentaria a convertirse en lo que son ahora. Hasta el momento, la explicación más exacta es la más simple. Un día no había flores, ya al día siguiente lirios, jazmines, azucenas, magnolias y margaritas. El mismo Darwin definió al fenómeno como “abominable misterio”, fallando en acoplar la génesis de las flores en su famosa teoría. Con nosotras pasó lo mismo. Somos Flores que surgieron sin explicación. Un día éramos personas normales y al día siguiente teníamos pétalos y estambres. Un hecho. Una marca. Una herida. Con el tiempo logramos aceptarlo. Hasta intentamos copiar estereotipos válidos. Pero fue una cuestión de física. Un triángulo no entra en un cuadrado, a no ser que se doble y se deforme. Eso es lo que somos. Masas amorfas que van tomando el perfil que se nos pida. 

¿Cuál es el Origen de las Flores? La respuesta no es un misterio, tal vez sí abominable. Está a la vista de todos. Nadie lo dice. Nosotras fuimos Flores cuando tuvimos que serlo. La cuestión está en si tenemos la conciencia necesaria para percibirlo. Mi cerebro redunda entre datos científicos y fantasía. 

Pasaron dos semanas desde que estoy sola acampando en este lugar y no encuentro pista alguna de mis amigas. A no ser por la visita esporádica de un puestero que se acerca cada tanto a preguntarme cómo estoy, mis diálogos reales son nulos. Traje libros, más de 20, pero ya los leí todos. Ahora los releo esbozando teorías y buscando sentido. A la noche les rezo a mis amigas, les pido que me ayuden. En unos días va a haber luna llena. No sé por qué prende una alarma. Escribo en mi diario algunas reflexiones sin importancia. Las cuatro teníamos nombres de flores: Iris, Begonia, Jazmín y yo, Cala. De hecho fueron nuestros nombres los que en un primer momento nos unieron. Nos conocimos el 1° de marzo de 1989, cuando empezamos primer grado en un colegio pupilo de la Patagonia, a pocos kilómetros de Esquel, cerca del Parque Nacional los Alerces. Para algunos puede parecer insensible, pero en realidad es algo muy común cuando se vive en aéreas tan remotas como las nuestras. Mi caso en particular no fue para nada traumático, mis hermanas lo habían hecho, y a mi corta edad sabía perfectamente cómo funcionaban las cosas. Hija de un productor rural viudo viviendo a 100 kilómetros del pueblo más cercano, el colegio pupilo era mi mejor opción, o eso creía en el momento. Ya no estoy segura de nada. Intento recordar. A veces los recuerdos me vienen en forma de fotos. Imagen uno. Primer día de colegio. Estoy con mi valija en el hall de entrada del edificio. Es el único colegio pupilo de la provincia, y está a cargo de la Diócesis de Rawson. Somos todas mujeres, educadas por monjas. Imagen dos. Sor Brígida leyendo un fragmento del libro del Apocalipsis “Entonces el Dragón vomitó de sus fauces como un río de agua detrás de la Mujer, para arrastrarla con su corriente” (versículos 15-16). No comprendo de dragones ni de vómitos. Estoy parada con mi pollera azul, camisa blanca y zapatos lustrados, formada en fila por altura, rodeada de chicas como yo, en silencio, mirando al frente, inmóviles. Tercera imagen. Iris, llorando y perdida. Tiene los ojos celestes cargados de lágrimas. Me acerco, la agarro de la mano y la llevo a caminar. La amistad es instantánea. Hablamos un poco, le cuento que conozco el lugar, que no hay razón para asustarse. Ella me cuenta que vive en las afueras de Trevelin, que sus padres son inmigrantes y trabajan como caseros para un Duque europeo. No sé lo que significa ser un Duque, tampoco se lo pregunto. Sigue hablando. Me describe su casa. Ya no llora. Escucho su historia con atención. Mientras gesticula siento gusto a algodón. Es el sabor de la confianza. No puedo parar de mirarla. Mueve sus manos de un lado a otro. El movimiento me hipnotiza. Hay olor a caramelo. Sé lo que significa. Es vínculo perpetuo.

Ahora pienso en su inocencia, en su ingenuidad. No hay manera de que pueda culparla. Me siento mirando la laguna totalmente desconcertada. Puedo sentir su mano agarrada de la mía, como ese día en el colegio cuando la conocí. ¿Qué fue lo que le pasó? Si existiera algún testigo, alguien que pudiera decirme quién asesinó a mis amigas. Camino alrededor de mi campamento con el corazón roto. Pienso en ellas, y en que este mismo paisaje que me acompaña fue lo último que vieron. Sigo el recorrido del círculo que el  asesino marcó con piedras y en espirales. No tiene más de cuatro metros de diámetro. Lo transito varias veces. Esa noche duermo profundo. Vuelvo a soñar el mismo sueño. Me despierto sobresaltada. ¿De qué quiere que no me olvide Iris? Por un momento me despersonalizo, y es entonces que me doy cuenta. No Me Olvides es una flor, y estoy rodeada de ellas.



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